Autor: Lino Morales Gómez
A estos tres imprescindibles y fundamentales pilares
de los derechos humanos nunca les han faltado especuladores, ansiosos de poder
y tener, farsantes ni bandoleros que se han extralimitado suscitando agrias polémicas sobre la aceptación de su natural alcance y validez.
Por un lado,
están los que han hecho un uso indebido de estas facultades humanas,
desnaturalizando estos fundamentales valores y, por otro lado, también siempre
ha habido ciertos “buitres” tratando de justificar los efectos del mal uso que
han hecho y hacen de estos valores y pilares, deformándolos y echando sobre
ellos injusticias, injurias y calumnias. Sólo los usan para justificar las
prácticas viciosas y degradantes que ellos mismos hacen del mal uso de estos
básicos y naturales fundamentos.
La libertad y la
independencia de la persona son valores clave y fundamentales. La libertad
usada en sus límites naturales enaltece
a los seres humanos, hace que alcancen el rango de seres racionales. Un hombre sin libertad para
opinar y para tomar sus propias decisiones quedaría condicionado y reducido a
un simple animal domesticado.
Como alguien ha
dicho, siempre deberemos tener presente que todos los derechos tienen un
límite, pues la libertad de una persona sólo debe llegar hasta donde empieza la
libertad de las otras personas, ya que
todos los seres racionales tenemos el mismo derecho a ser libres.
La igualdad está
en que todas las personas tengamos los mismos derechos y los mismos deberes de
respetarnos mutuamente en nuestra dignidad. Todos tenemos la misma obligación
de respetar y el mismo derecho a ser respetados. Su límite está en no
menospreciar la dignidad y la libertad de los otros para que ellos puedan hacer
como nosotros el debido uso de sus
facultades personales.
Y el fundamento
y el límite de la propiedad están en que todos tengamos derecho a ser dueños y
señores de las facultades que nuestra madre naturaleza nos ha legado particular
y privadamente a cada uno de nosotros. También del rendimiento de nuestras
potencialidades personales, de nuestra fuerza de trabajo, de nuestro intelecto.
Por ley natural, tenemos derecho a ser dueños y señores del fruto de nuestras
facultades personales.
Así mismo, todos tenemos igual derecho a
participar en común de las riquezas de los elementos naturales. El justo límite
está en reconocer a los otros, además de sus particulares facultades
personales, el fruto de ellas, así como el que puedan participar también en un
plano de igualdad de las riquezas y de
los bienes de los elementos naturales.
Los “fariseos”
actuales siempre argumentan que no se nos pueden conceder a todos, en un plano
de igualdad, esos derechos y esas libertades, porque no todos tenemos la misma
potencialidad para organizarnos, ni la
misma capacidad intelectiva, ni la misma fuerza de voluntad para frenar
nuestras pasiones. Ni, incluso, para
pararnos en los límites que nos marcan la racionalidad y el buen juicio en el
uso de nuestras facultades y atributos personales naturales, no dándose cuenta
que con estos enjuiciamientos transgreden el derecho a la libertad de los
demás.
Dicen que eso de
la libertad, la igualdad y la propiedad de los bienes naturales en común, son
una utopía. Dicen que lo mejor es tener a raya a las gentes y a los pueblos.
Los que opinan así no se consideran ni
gente ni pueblo y se creen una raza superior, cuando en realidad caen en unos
anti-valores, como son el egoísmo, la tiranía, el orgullo y la avaricia.
Con todo y con
eso, en cuanto que a nadie se le permitiese tener más ingresos que el
valor procedente de su único y exclusivo
trabajo personal, pocas riquezas podrían derrochar, no más de lo que valiese su personal trabajo, ni tampoco
los ahorradores podrían ahorrar más de lo que valiese su también trabajo
individual y personal de sus facultades particulares.
La libertad es
un valor moral que bien usado puede contribuir a hacernos felices, iguales y
racionales. Pero mal usada puede
hacernos mucho mal y mucho daño. No es
lo mismo el resultado de tener libertad para hacer el bien, que el resultado de
tenerla para hacer el mal porque la entera libertad da poder para obrar de
diferentes maneras. Si no fuese así, no sería tal libertad.
Por eso, es
conveniente ponerle ciertos razonamientos y límites. Tanto la libertad como la
igualdad tienen unos límites que si se traspasan causan unos efectos totalmente
contrarios a los valores que representan.
Por esa causa,
nuestra sabia madre naturaleza, que es infinitamente previsora, nos ha dotado
de una esclarecedora racionalidad, para que podamos conocer y distinguir “lo
que es el bien y lo que es el mal”. Nuestro deber es usar nuestras facultades
racionales para lo que nos han sido dadas.
En el libro “La
lucha por la dignidad”, de A. Marina y María V. se mencionan unas frases de sumo interés sobre
la libertad que me permito copiar:
“La declaración de
los derechos del hombre de 1789 lo declara en su artículo 10: “Nadie debe ser
inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, en tanto que su manifestación
no altere el orden público establecido por la ley”. El artículo siguiente es
más firme: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno
de los derechos más preciados del hombre.” Luego la Declaración de 1948 lo refrenda con el
artículo 18: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión[1].”"
[1]
MARINA, J.A, VÁLGOMA, M.: “La lucha por la dignidad de conciencia”. La lucha por la dignidad. Ed. Anagrama.
Barcelona 2000, p. 127
No hay comentarios:
Publicar un comentario