Autor: Lino Morales Gómez
Por
naturaleza, todos tenemos ideas, opiniones, criterios, en fin, pensamientos.
Por lo tanto, también es natural que todos tengamos derecho a tener libertad
para poder manifestar nuestras ideas. Es instructivo poder hacer llegar a los
demás nuestros pensamientos, a opinar sobre todo, a hacernos oír, a poder hacer
públicas nuestras opiniones. Aún a riesgo de equivocarnos en nuestras
apreciaciones, es instructivo tener ideas propias y manifestarlas con entera
libertad, aunque no por eso, nadie debe tener derecho a imponer sus ideas o
criterios a los demás, por la fuerza.
Adela Cortina
también argumenta:
“De la autonomía procede la dignidad humana, todos los hombres son
igualmente dignos, tienen igual derecho a decidir y discutir las leyes por las
que han de regirse”.
Precisamente
apoyándome en ese derecho a la libre expresión, estoy manifestando aquí lo que
pienso acerca de los órdenes sociales y los sistemas políticos que tenemos
vigentes en la actualidad. También diré lo que pienso sobre las mejoras y las
soluciones que algunos de nuestros actuales dirigentes están intentando dar a
estos licenciosos y defectuosos sistemas económicos de nuestro tiempo.
Nos
dicen que estas modificaciones que preconizan son buenas para hacer más ágiles
y funcionales, además de más justas y humanitarias, nuestras relaciones
económicas.
De entrada, diré que no creo que con remiendos
viejos, ni con obsoletas reparaciones se vayan a racionalizar estos viejos y
caducos sistemas económicos que actualmente estamos soportando.
Estoy
convencido de que lo que necesitamos es un sistema económico enteramente nuevo.
Un sistema social que de verdad esté basado en los derechos naturales del
hombre. Advierto que el sistema social que yo concibo como realmente justo,
honrado, solidario y fraternal no es paralelo ni equiparable a ninguno de los
actuales, ni a los distintos sistemas registrados en nuestra reciente historia.
Veamos
cómo calificaba el humanista Guillaume Budé a los sistemas sociales de su
tiempo, o sea, los del siglo XVI. Lo hace en una carta que dirige a su amigo,
también humanista, Lupset. Una carta que aprueba la oportuna y cabal denuncia
que Tomás Moro hace en su “Utopía” de
los corruptos sistemas sociales establecidos por aquellos tiempos. Dice así:
“Todos parecen estar en connivencia -parte con las leyes, parte con
los juristas- para apropiarse de lo ajeno, para arrebatar, sonsacar, roer,
usurpar, estrujar, esquilmar, chupar, chantajear, raptar y ocultar. Estos
procedimientos han venido a ser tanto más comunes cuanto más se ha invocado la
autoridad de eso que se llama derecho, tanto civil como pontificio”.
Cierto,
pero yo, además, denuncio que lo que eran o fueron de farsantes aquellos
sistemas de aquellos tiempos lo siguen siendo los de ahora. Fueron y son tan
podridos y apestosos, tan retorcidos y tan hipócritas, que no ha sido ni es
posible sanarlos ni enderezarlos.
F.
Alberoni dice también:
“Toda sociedad se hace rígida, se esclerotiza, exactamente como todo
individuo”.
Este
proyecto de ordenamiento social que aquí proponemos, además de no ser
equiparable a ninguno de los ya históricos, tampoco se le podrá dar ninguno de
los siguientes calificativos. No será capitalista, ni comunista, ni socialista,
ni anarquista, ni colectivista, ni de estado, ni separatista, ni oligárquico,
ni teocrático, ni religioso ni ateo.
Puede
que tenga algo de ellos, pues no descartaremos nada de lo que puedan haber
tenido o tengan de positivo para contribuir al buen hacer de este ordenamiento que
estoy estructurando o que intento estructurar.
Siempre
estaremos a tiempo de incorporar o de rectificar, si contribuye a poder vivir
conforme a justicia con libertad, con seguridad, con dignidad, con moralidad,
con fraternidad.
En esto
soy de la opinión de Aristóteles, en lo que dice en su libro
“Intentaremos formar una combinación política diferente a todas ellas.
Nos ha movido a ello, no un vano deseo de lucir nuestro ingenio, sino la
necesidad de poner en claro los defectos mismos de todas las constituciones
existentes”.
Lo
básico es corregir las causas, extirpar las génesis que engendran los malos
efectos y las injusticias que, por causa de las malas administraciones públicas,
estamos padeciendo.
Creo que
estos superficiales y enquistados parches que se le están aplicando a los
sistemas sociales de nuestro tiempo son como heridas cerradas en falso, son
remedios ineficaces. Algunos de estos remedios propician o son inductores a la
farsa y al engaño, son corruptores más que correctores.
No es
que yo pretenda sentar cátedra con mis propuestas, pero sí creo que doy unas
ideas básicas para que algunas personas despierten de su letargo, para hacerles
recapacitar y despertar sus capacitadas inteligencias; para que se decidan a
confeccionar normativas sociales que con ellas se haga viable una justa,
solidaria y sana convivencia.
Platón
nos aconseja que:
“Vale la pena ser moral porque sólo los individuos que obran de
acuerdo con la justicia son plenamente dichosos... Vale la pena ascender hacia
el conocimiento y la luz con la que la idea del Bien ilumine el universo de
nuestras restantes ideas”.
Es
esencial que defendamos los valores que dan dignidad a la persona. Considero
que es bueno para todos disponer de unas normas básicas que sin ninguna
imposición dictatorial nos permitan convivir de manera tal que nos reporten paz
y justicia, libertad y seguridad, así como igualdad en derechos; unas normas
con las que todos podamos disfrutar de los derechos naturales del hombre.
Creo que
entre nosotros no deben existir ni derechas ni izquierdas, ni “rojos ni
azules”. Sólo debe haber comportamientos justos y solidarios, respeto de los
derechos humanos y libertad e igualdad en la participación de estos derechos.
Creo que, si se destruye el libre arbitrio del hombre, se suprime el principio
natural del derecho y del deber.
Aristóteles asegura que:
“Procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso
y divino conseguirlo para un pueblo o una ciudad”.
Yo diría
que lo ideal sería hacer llegar esa bonanza a todas y cada una de las personas
de todo el mundo.
San
Agustín también dijo algo al respecto:
“Si bien no han de ser culpadas las cosas sino los hombres que usan
mal de ellas, ha de admitirse que una cosa es vivir y otra vivir sabiamente... Siendo
la paz obra de la justicia, no hay paz verdadera donde no es verdadera la
justicia”.
Y Mill
dice:
“Para que la naturaleza humana pueda manifestarse con fecundidad, es
necesario que los diversos individuos estén en condiciones de desarrollar sus
diferentes modos de vida”.
Es
naturalmente bueno que los individuos tengan libertad para desarrollar todas y
cada una de sus facultades, pero siempre deberán tener presente que la libertad
de los unos tiene el límite donde empieza la libertad de los otros, pues la
libertad de los otros es tan natural y valiosa como la de los unos, o sea, como
la nuestra.