Autor: Lino Morales Gómez
Toda la
naturaleza sigue periódica, regular y, constantemente, las normativas de unas
leyes naturales, cosa que tanto la flora como la fauna obedecen sin
cuestionarse ese ordenamiento.
Únicamente, los seres humanos, o sea, los seres racionales, hemos sido
dotados de unas facultades intelectivas que llamamos entendimiento,
racionalidad, conocimiento. Hemos sido y somos capaces de verificar, observar
e, incluso, cuestionar ese incontenible hacer natural. Aunque por mucho que nos
pese, seguiremos inmersos y dependiendo de ese natural hacerse y deshacerse, de
ese ordenarse los elementos.
La idea de
que, por encima de las leyes humanas, existen unos principios superiores ya
estaba presente en el pensamiento griego y no ha dejado de ser una constante
histórica. Nuestro carácter orgulloso filosófico nos hace ver las cosas
dispares, diversas y cambiantes.
Con
nuestro razonar, hemos podido comprender que toda nuestra naturaleza está
regida por unas poderosas energías que emanan de unas leyes naturales. Leyes
que son universales, eternas e infinitas, leyes que rigen y ordenan a todo el
universo.
De esas
leyes, emanan unos poderes que se nos imponen de manera natural y que por
nuestro bien debemos acatarlas, pues forman parte de nuestra propia energía
personal. Así mismo, también de nuestra magnánima naturaleza, emanan unos
beneficiosos medios de vida, de los cuales todos tenemos un derecho natural a
poder participar. De aquí, salen unos derechos humanos naturales.
Esto da
lugar a unos deberes y a unos derechos, que son radical y totalmente naturales.
Todo esto es normativo. Normas que nos afectan a todos directa e
imperativamente. Normas que nos marcan unas pautas y unas reglas de cómo
debemos comportarnos con esas leyes naturales, con la naturaleza, con nuestros
semejantes y con nosotros mismos.
Así
que, tenemos deberes de ineludible cumplimiento para con nuestra madre
naturaleza, esto si queremos librarnos
de ser sancionados por ella misma. Por
ejemplo, deberes para facilitar y propiciar su regular e imponderable hacer.
Debemos respetar y conservar los sistemas ecológicos. Debemos conservar los
equilibrios entre las especies vivientes, tanto animales como vegetales.
Debemos perpetuar y mejorar, en lo posible, las especies animales (en esta
mejora está incluida nuestra propia especie humana), pues también somos una de
sus creaciones. Son naturaleza nuestras
facultades físicas. Son naturaleza nuestras facultades mentales y
sentimentales.
Debemos
hacer un uso correcto de todas nuestras propias facultades, empleándolas en lo
que y para lo que nos han sido dadas. Debemos no estropear, contaminar o viciar
los medios ambientales creados de manera imperativa por nuestra madre
naturaleza. Todo a instancias de esas imponderables leyes naturales. De aquí,
salen o arrancan los fundamentos naturales de nuestros deberes, así como los
fundamentos que han dado lugar a la creación de una verdadera y sana ética.
Todo lo
que contribuya a nuestra propia realización personal (y a la de nuestros
semejantes), así como a la de nuestro conocimiento propio y al de los demás, es
bueno. Y todo lo que perjudica a nuestra realización propia y a la de los demás
es malo.
Luego, esas
mismas leyes naturales son los fundamentos que nos conceden o dan derechos que
igualmente son naturales. O sea, derechos que no son artificios que nos damos
nosotros a nosotros mismos, o que nos concedamos los unos a los otros. Los
derechos naturales son tales como, derecho a la vida, a sustentarla,
conservarla y defenderla. Derecho a tener un sitio seguro donde poder
materializar nuestras fuerzas productivas y de trabajo para vivir de ellas.
Derecho a la propiedad privada del fruto procedente de nuestras facultades, de
nuestro propio y personal trabajo. Derecho a auto-realizarnos, o sea, a
desarrollar plenamente todas nuestras facultades personales, ya físicas ya
intelectuales, mentales o sentimentales. Derecho a conocer la verdad de todas
las cosas sin ocultárnosla los unos a los otros. En conclusión, todos tenemos
un derecho natural a “conocer el bien y el mal” para así poder practicar el uno
y para poder apartarnos y librarnos del otro. Derecho a tener libertad para el
desarrollo y el disfrute de todas nuestras facultades personales. Derecho a ser
iguales en el uso y en el disfrute de los elementos naturales. Derecho a no
estar subyugados los unos por los otros. Derecho a poder disfrutar y practicar
una vida privada. Derecho a que se nos respete nuestra propia dignidad personal.
Derecho a la propia estima, sin limitar la de los otros, así como el derecho a
una libre convivencia, etc.
Por otro
lado, todos tenemos derecho a poder poseer en privado, en usufructo y en el
uso, cualquiera de los elementos
naturales. Eso sí, resarciendo a la sociedad por ese uso en privado.
“El
derecho se ve reconducido a la moral, en
la medida en que es el deber moral el que obliga a la persona a dejar intacta y
libre una actividad
propia de otra persona” (Rosmini).
Todos estos derechos naturales los tenemos
todas las personas, sin exceptuar a ninguna.
Las personas, debido a nuestras facultades
racionales e intelectuales, somos capaces de prever y de prevenir las
consecuencias de algunos desarrollos de la naturaleza. Precisamente, por tener
esos poderes tenemos deberes y responsabilidades.
También, cada uno de nosotros tenemos
deberes naturales que igualmente son emanados y provenientes de las dichas
leyes naturales y de nuestra madre naturaleza. Por lo mismo, tanto los derechos
como los deberes son mandamientos de esas imponderables leyes naturales que
rigen a todo el universo, incluida nuestra madre naturaleza.
Todos estos
deberes y todos estos derechos naturales debemos ponerlos por encima de las
leyes y de las legislaciones redactadas por los hombres, pues son exigidos y
concedidos por las leyes naturales, no por las leyes humanas. El espíritu y la
letra de las leyes humanas deberán ser tales que nos faciliten y nos allanen el
camino para mejor poder cumplir con las imponderables leyes naturales.
Por ello, no
debemos permitir que nuestros legisladores o mandatarios de turno que nos falseen o nos escamoteen lo natural con sus
acomodaticios dictámenes. Por eso, es fundamental que conozcamos claramente cómo
operan y cómo nos afectan las leyes naturales y, acto seguido, debemos
acompasar nuestras conductas con el hacer de esas imperativas leyes.
“Sólo queremos que nuestros legisladores no nos quiten lo
que ellos no nos pueden dar. O sea, nuestros derechos humanos”. “La voluntad de
Dios se expresa en el Universo como Ley, no como capricho, como orden, y no
como caos, como inteligencia, y no como azar, como vida, no como muerte” (Dr.
R. Eswinburne).
Santo Tomás de Aquino decía: “Dios es el legislador supremo, que deposita su Ley eterna en la naturaleza de los hombres, obligándolos a que la descubran mediante la razón”.
Como
quiera que haya sido la creación y la implantación de esas poderosas leyes
naturales, lo cierto es que aquí las tenemos, imperativas e incorruptibles,
dándonos derechos y deberes.
De la
simbiosis y del uso correcto de esos derechos y de esos deberes naturales, ha
surgido y ha dado lugar el nacimiento y la creación de una férrea enmienda que
nos obliga a enderezar nuestros deslices. O sea, una justicia que nos obliga a
todos a hacer tanto bien como mal hayamos hecho.