Todos queremos tener derechos. Esto es natural, pues a nadie se le debe negar el derecho a tenerlos. Pero también es natural que obremos de manera tal que merezcamos esos derechos, ya que una inmensa mayoría de ellos están condicionados por una larga sarta de deberes. Sin deberes, perderíamos nuestra racionalidad y sin racionalidad, los derechos no tendrían sentido ni razón de ser.
Los deberes pueden ser materiales, intelectuales, morales, espirituales, personales. Tenemos deberes morales para con nosotros mismos, para con quienes vivimos y convivimos y para con nuestra madre naturaleza, pues es con ella y de ella, de donde recibimos, desarrollamos y potenciamos nuestras facultades. Es evidente que nos quiere activos y peleones para poder vivir. La naturaleza nos obliga a buscarnos la vida. Nos obliga a trabajar.
Todos, hombre o mujer, tenemos deberes materiales para conservarnos y mantenernos en perfectas condiciones. Cada cual tiene que mirar por su salud, por su integridad, por su estructura física. Además, tenemos el deber de adquirir conocimientos, de mantener y desarrollar nuestra mente y nuestra intelectualidad, de obrar con justicia y de respetar los valores de libertad, igualdad y fraternidad.
Pero también, a la par de habernos creado, nuestra madre naturaleza, también ha creado a otras especies que igualmente luchan, a su manera, por sobrevivir y por perpetuarse. Y como generalmente nos nutrimos unas especies de otras y con otras, aunque estamos continuamente en lucha con ellas, nos necesitamos mútuamente. Por eso, es conveniente mantener un justo equilibrio. Está demostrado que si se extingue alguna especie se resienten las otras. Cada una de ellas es como un eslabón de una larga y variopinta cadena donde está contenida y materializada la vida.
Nosotros, los seres racionales, además de que unas veces tenemos que defendernos y otras veces atacar, precisamente por ser racionales, tenemos el deber de no desequilibrar este bienaventurado concierto natural y, por nuestro propio bien, no debemos llegar al exterminio total de las otras especies. No debemos alterar este mágico y bien equilibrado sistema ecológico natural.
Bien está que intentemos extraer de nuestra madre naturaleza, la Tierra, el máximo rendimiento, el máximo provecho, ¡pero cuidado! No nos vaya a pasar lo que le pasó a aquel de la gallina de los huevos de oro. Rendimiento sí, pero sin dañar la ecología, pues siempre debemos respetar y conservar los sistemas ecológicos, debiendo mirar por la salud de nuestra madre naturaleza. Precisamente, de ella depende nuestra naturaleza personal ya que muchos de sus recursos no son infinitos, ni tampoco todos son renovables.